¿Una persona puede aprender a vivir con una fobia?

Escrito por: Georgina Burgos Gil
Publicado: | Actualizado: 10/02/2023
Editado por: Margarita Marquès

¿Qué diferencias existen entre las fobias y los miedos?

El miedo es una emoción adaptativa, puntual y de gran utilidad para la supervivencia. Nos hace sensibles a los peligros y amenazas y nos invita a protegernos de un peligro real. Este miedo suele ser proporcionado a la situación.

 

La fobia, en cambio, se caracteriza por los siguientes aspectos:

  • Es un miedo desproporcionado o ansiedad extrema ante la situación que lo crea.
  • Es irracional y está fuera del control voluntario.
  • Es persistente en el tiempo, con una duración de seis meses o más.
  • Conduce a la evitación y se afronta con mucho malestar.
  • Causa deterioro significativo en los ámbitos personal, social o laboral.
  • Su causa no se atribuye a una afección médica, ni al consumo o efecto de sustancias como drogas o fármacos, ni a los síntomas de otro trastorno mental.

 

Los niveles de ansiedad son tan elevados que pueden acabar provocando un ataque de pánico cuando la persona no puede evitar exponerse al estimulo o a esas situaciones temidas.

 

En algunas fobias, la reacción puede ser de asco intenso y provocar un desmayo, como ocurre en las fobias a determinados animales (serpientes, cucarachas, roedores…) o en la fobia a la sangre, las inyecciones o el daño físico (SID), por ejemplo.

 

¿Cuáles son los tipos de fobias más comunes?

Las fobias más habituales que vemos en nuestras consultas de psicología son las fobias específicas, la fobia o ansiedad social y la agorafobia.

 

Las fobias específicas se asocian a un estímulo o situación concretos, y la persona puede tener uno o varios de estos temores. Ejemplos de estas fobias son:

  • Miedo a volar en avión
  • Claustrofobia
  • Miedo a conducir
  • A la sangre, las inyecciones y el daño físico (como en una intervención quirúrgica)
  • A las intervenciones dentales
  • A los animales (perros, gatos, insectos, gusanos, serpientes, pájaros…)
  • A las alturas
  • A las tormentas y relámpagos
  • Al agua o al mar
  • A atragantarse o vomitar
  • A la oscuridad o la noche
  • A los transportes públicos
  • Temor a lo nuevo
  • Miedo a la enfermedad o al contagio
  • Al fuego
  • Al dolor
  • A la muerte

 

Hay muchas más fobias específicas, aunque las anteriores se cuentan entre las más conocidas. A modo de curiosidad, están la fobia a los globos, a firmar, a las corrientes de aire, a los payasos o la fobia a caerse si uno no está pegado a la pared.

 

La exposición repetida y no traumática genera habituación
y, por tanto, el miedo o el asco disminuyen en intensidad

 

Estas fobias específicas pueden causar quebrantos significativos en nuestra vida; en especial, cuando son situaciones que implican cierta cotidianeidad, puesto que no es infrecuente toparse con algún insecto, cruzarse con un perro, coger el metro o el autobús, hacerse un análisis de sangre, ir al dentista, viajar en avión, conducir, dormir en la oscuridad de la noche o vivir una tormenta.

 

La fobia social o trastorno de ansiedad social se caracteriza por miedo o ansiedad intensos ante una o más situaciones sociales, como mantener una conversación con extraños, hablar en público, comer o beber ante otros, entrar en clase cuando no conoces a nadie, ir a una fiesta, llamar por teléfono, participar en una reunión, etc.

 

En estas situaciones, la persona se siente expuesta al juicio de los demás, teme el rechazo o la humillación, hacer el ridículo, y disimula en lo posible su ansiedad y malestar por avergonzarse de ello.

 

Como es habitual en las fobias, la persona tiende a evitar las interacciones sociales o las afronta con elevado malestar, lo que provoca un deterioro en las relaciones humanas, en la imagen personal y en el ámbito laboral. Imaginemos cómo se afronta una entrevista o el primer día de trabajo con ansiedad social.

 

La agorafobia se caracteriza por el miedo a estar fuera de casa solo, en lugares abiertos, en una multitud, en el transporte público, haciendo una cola, en espacios cerrados como tiendas o cines...

 

Se trata del miedo a estar en lugares donde se percibe que será difícil escapar inmediatamente a un lugar seguro (el hogar propio generalmente) o recibir la ayuda de otro ante los síntomas de un ataque de pánico o ante situaciones embarazosas o incapacitantes como la incontinencia o el miedo a caerse en personas mayores. En esta fobia compleja, subyace el miedo a la indefensión, más que al lugar en sí mismo, y el miedo al miedo.

 

Estas situaciones se evitan o se afrontan con la necesidad de estar acompañado y con intenso malestar. A consecuencia de ello, la persona puede acabar confinada en su casa, lo que implica un gran deterioro en su vida.

 

La ansiedad social y la agorafobia suelen ser más incapacitantes que las fobias específicas porque abarcan ámbitos más generalizados y amplios. Además, el impacto en la calidad de vida dependerá de la gravedad de la ansiedad y de la intensidad y ámbitos afectados por las conductas de evitación.

 

¿Por qué aparecen?

Hay tres tipos de factores que contribuyen a la aparición de las fobias: los factores biológicos, los factores psicológicos y los factores ambientales.

 

Entre los factores biológicos tenemos la heredabilidad del miedo, el temperamento, la sensibilidad a la ansiedad y la vulnerabilidad del sistema nervioso autónomo. Se trata de una predisposición genética, aunque esta no será determinante por sí misma.

 

Entre los factores psicológicos tenemos el aprendizaje observacional (cuando aparece una cucaracha unos gritan, otros salen corriendo y un hermano se desmaya, conductas de evitación social en la familia…), eventos traumáticos (haber sufrido un accidente de tráfico, la mordedura de un perro…), pocas habilidades personales de afrontamiento de problemas y de gestión del estrés, la susceptibilidad al asco o a la ansiedad… son algunos ejemplos relacionados con aspectos psicológicos.

 

Entre los factores ambientales se cuenta con las influencias familiares y culturales.

 

Determinados estilos educativos de los padres (un estilo sobreprotector y controlador, falto de cariño…) y la acomodación familiar a las manifestaciones fóbicas de un miembro de la familia contribuyen a la aparición de las fobias y su mantenimiento.

 

Imaginemos un niño de temperamento introvertido y ansioso cuyos padres, tranquilos y calmados, le van animando a afrontar las situaciones sociales que teme o, por el contrario, unos padres con un temperamento similar al de su hijo, que continuamente le transmiten preocupación por los peligros del mundo, aumentando su miedo y potenciando la evitación de situaciones. El desarrollo de una fobia será más probable en el segundo caso.

 

Otro ejemplo, es la información amenazante que recibimos: el número de muertos por COVID y su riesgo de contagio en actividades sociales, un documental que nos muestra los peligros de la mordedura de una rata...

 

¿Qué tratamiento se debe seguir?

Como hemos visto, las situaciones fóbicas tienden a evitarse. Debido a que el cese o la evitación de la ansiedad elevada son gratificantes, ello anima a la persona a seguir empleando estrategias de evitación que cronificarán la fobia. Para salir de este círculo vicioso de mantenimiento y agravamiento de las ansiedades fóbicas, es importante seguir un tratamiento adecuado.

 

Los tratamientos más eficaces son aquellos que incorporan la exposición en vivo del estímulo o situación temidas. Sin embargo, esto puede generar rechazo de entrada por parte de la persona que sufre algún tipo de ansiedad fóbica. Por ello se optará por una exposición en vivo gradual, de menor a mayor nivel de ansiedad, que será pactada con la persona que quiere resolver su fobia.

 

Siempre se respetará el ritmo y no será una exposición involuntaria o excesiva, ya que sería potencialmente traumatizante; más de lo mismo, algo que la persona ha ido experimentando antes en su vida y no le ha ayudado.

 

Esta exposición gradual puede iniciarse en imaginación, junto al desarrollo de recursos terapéuticos como la respiración controlada para manejar la ansiedad, antes de iniciar la exposición al estímulo real.

 

En el caso de la ansiedad social es interesante combinar lo anterior con el entrenamiento en habilidades sociales y la reestructuración cognitiva para detectar y reorientar creencias limitantes y pensamientos que generan malestar.

 

En el caso de la agorafobia es útil añadir la exposición interoceptiva, generando sensaciones físicas asociadas al miedo, la ansiedad y los ataques de pánico para tomar conciencia de que no son graves, y para que la persona pueda habituarse a esas sensaciones. Esto puede lograrse mediante acciones sencillas como subir escaleras para aumentar la frecuencia cardiaca y la sudoración, la hiperventilación controlada, etc. Con ello se consigue reducir la ansiedad ante las manifestaciones físicas propias del miedo y el pánico.

 

Además, se potenciará la red de apoyo para el acompañamiento en las primeras etapas de la exposición gradual.

 

La terapia EMDR es de gran ayuda por su apoyo en la desensibilización y, en especial, cuando las fobias surgen a causa de un evento traumático. Además, es esencial tener en cuenta que la amenaza de toparse con el estímulo temido y la misma exposición fóbica suelen ser re-traumatizantes.

 

¿El paciente puede aprender a vivir con la fobia?

La exposición repetida y no traumática genera habituación y por tanto el miedo o el asco disminuyen en intensidad. Convivir con esa situación se vuelve viable.

 

Cuando la fobia no afecta de una manera significativa en la vida cotidiana, el impacto es mucho menor. Imaginemos la fobia a las serpientes en una gran ciudad del Mediterráneo. En ese entorno, casi nadie sentirá la necesidad de afrontar ese miedo.

 

En otras ocasiones, cuando la situación es puntual o inevitable la persona acude al médico para afrontar la situación con un fármaco ansiolítico, como en el caso de un viaje en avión por trabajo.

 

Sin duda, la superación de una fobia o la disminución en su intensidad, cuando causa deterioro en nuestra vida, es la mejor forma de aprender a vivir con ella.

Por Georgina Burgos Gil
Psicología

Georgina Burgos es especialista en psicología y sexología y es experta en terapia de pareja, en dificultades sexuales, en terapia EMDR, en psicología general sanitaria, en crisis por infidelidad y en duelo

Se licenció en Psicología por la Universidad Oberta de Catalunya y en Ciencias Biológicas y en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Tiene diferentes másteres en Psicología General Sanitaria, en Educación y asesoramiento sexual, en sexología y en terapia de pareja. Además, ha realizado numerosos cursos de especialización en sexología y pareja, en psicoterapia y en mediación.

Asimismo, es autora de múltiples libros y publicaciones tanto en formato divulgativo sobre sexualidad como de narrativa. También forma parte del Colegio oficial de psicólogos de Catalunya y de la Sociedad Catalana de Sexología. 

Actualmente, ejerce como psicóloga y sexóloga en su propia consulta en Barcelona.

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