¿Cómo la desmemoria colectiva pone en peligro la salud mental de los ancianos?

La memoria social, más allá de la biológica, es frágil. A menudo, los propósitos colectivos por no volver a tropezar nunca más con la misma piedra, en la misma guerra o en el mismo desorden, suelen durar menos de una generación. Y la siguiente conoce ya muy poco de aquello que nunca debería olvidarse. La pandemia de COVID-19 ha expuesto, entre otras vergüenzas, las deficiencias de los sistemas sanitarios y, concretamente, las carencias en la atención social y sanitaria a los ancianos.
 

Durante la etapa álgida del confinamiento, los informativos y las conciencias se vieron inundados por noticias sobre la alta mortalidad en residencias geriátricas, sobre ancianos viviendo –y falleciendo– en medio de una espantosa soledad. También sobre el abandono a su suerte de aquellos que no podían acceder a los centros de salud o a los medios para garantizar la supervivencia, en no pocos casos como una muestra incontestable del más puro e injusto ageísmo o edadismo, en pleno siglo XXI.
 

¿Cómo la pandemia de Covid-19 impactó en la salud mental de los ancianos?

La salud mental, frecuentemente considerada como la cenicienta de los distintos sistemas de salud, también refleja la muesca de la pandemia en la población y, parece ser, la mostrará durante bastante tiempo. Y en especial en los ancianos con enfermedades o trastornos mentales, que han padecido la deficiencia o el cierre de los servicios que sostenían su declive cognitivo o su ánimo. Centros de día, hospitales de día, unidades de memoria, centros sociales, tratamiento con un especialista en Psiquiatría, servicios comunitarios, incluso servicios de terapia electroconvulsiva cerraron sus puertas durante muchos meses, acentuando deterioros o entorpeciendo los cuidados necesarios para atenuarlos.
 

Los medios de comunicación y las publicaciones de salud se han hecho eco de las carencias nuevas, y de las de siempre, en la atención a la salud mental de las personas mayores. A raíz de la pandemia se ha redescubierto un universo silenciado, y se le ha otorgado un protagonismo que, dentro de la desgracia, ha hecho crecer la esperanza de que, finalmente, se le va a prestar la atención necesaria a esta fragilidad desatendida.
 

Sin embargo, poco más de dos años después del inicio de esta crisis y de todos los discursos y ríos de tinta que ha generado, observamos signos preocupantes de un deterioro cognitivo colectivo. A pesar de algunas excepciones, la sociedad y los políticos abordan ya con poca pasión (o, simplemente, ya no hablan) de las necesidades urgentes descubiertas en el cuidado de la salud mental de los mayores.
 

Está en nuestra mano proporcionar a la sociedad las necesarias dosis de recuerdo y de sentido de la responsabilidad para asegurar que nuestra generación y las venideras no se olviden de la salud mental de nuestros ancianos.