La medicina funcional y la psiconeuroinmunología clínica en salud ginecológica y reproductiva

La medicina funcional y la psiconeuroinmunología clínica son disciplinas científicas que plantean un enfoque de los procesos de salud y enfermedad des del entendimiento en profundidad de la fisiología humana con una perspectiva biopsicosocial, es decir, teniendo en cuenta que nuestras funciones biológicas dependen de cómo gestionamos respuestas a estímulos tanto del medio interno (genoma, metaboloma, microbioma), como del medio externo (entorno social y emocional, ambiente, hábitos de vida). Estas respuestas se traducirán en una activación integrada de los diferentes ejes funcionales neurológicos, psicológicos, endocrinológicos o inmunológicos.

Entender los procesos de pérdida de salud o enfermedad des de una perspectiva funcional e integrativa permite plantear estrategias de abordaje orientadas al origen, las causas y los mecanismos de acción que subyacen en ella, y no únicamente des de una intención halopática actuando sobre los signos y síntomas, la mayoría de las veces, mediante fármacos. 

El abordaje integrativo de la salud ginecológica y reproductiva

El abordaje integrativo de la salud ginecológica y reproductiva a lo largo de todas las etapas de la vida de la mujer, des de la menarquia hasta la menopausia, implica entender que los fenómenos de activación del eje hipotálamo-hipofisario-gonadal, de producción de hormonas sexuales y sus funciones a nivel de todos los órganos y tejidos del organismo, y no solamente de los genitales y mamas, sus efectos a nivel de regulación del ciclo menstrual y de la maduración folicular, la ovulación, la fecundación o la implantación embrionaria, no acontecen de manera aislada, si no que se coordinan y a la vez se regulan con y por los demás ejes endocrinológicos y neuronales (tiroidal, adrenal, sistema nervioso central y autónomo- simpático y parasimpático). Asimismo, están influenciados de manera bidireccional con la correcta regulación del sistema inmunitario, cuyas moléculas y células integrantes se encuentran en los órganos linfoides primarios (timo, médula ósea y ganglios linfáticos) y en el sistema inmune común de mucosas que se ubica, en gran medida, en las mucosas digestivas (de boca a ano), pero también en la piel, mucosa genitourinaria, pulmonar y en superficies de cavidades articulares, y conviven y se coordinan en sus funciones con la población inmensamente diversa de bacterias y hongos que nos habitan (microbiota).

El conjunto de moléculas y células del organismo que conforman el sistema inmunitario trabaja coordinadamente para que nuestro cuerpo de respuesta a cualquier interacción acontecida, tanto en el medio interno como externo, en el contexto de cada una de nuestras funciones biológicas: neurológica, respiratoria, digestiva, sexual, reproductiva, etc. Estas respuestas inmunitarias pueden ser de protección y tolerancia o de ataque, en función del momento (situación hormonal, metabólica) y de los elementos que participen en esa interacción. 

Lo que popularmente conocemos del sistema inmunitario es que es el encargado de dar respuesta adecuada a cualquier agresión como las infecciones víricas o bacterianas, o a los traumatismos y lesiones físicas. Sin embargo, lo cierto es que interviene en la mayoría de los múltiples procesos biológicos, facilitando el desarrollo funcional o disfuncional de los mismos, ya sea en contexto fisiológico como patológico.

En algunos casos, ya sea por problemas congénitos o de predisposición genética, pero mayoritariamente debido a contextos epigenéticos desfavorables por presencia constante de disruptores externos, alimentación inadecuada, metabolismo inflexible, déficit energético por sedentarismo, estrés, etc., el sistema inmunitario interpreta que estamos siendo atacados y actúa como tal, emitiendo respuestas forzadas inapropiadas mediante la activación de células y complejos moleculares de ataque (inflamación) o con la producción de anticuerpos que acaban dañando a estructuras propias del organismo (autoinmunidad) o a otras que, siendo parcial o totalmente extrañas a nuestro reconocimiento propio, como en el caso de un embrión, deberían poder albergarse en el organismo sin sufrir rechazo (aloinmunidad).  

Si nos centramos en el papel del sistema inmunitario en la función reproductiva, para que un embarazo se desarrolle con éxito, a parte de una correcta interacción o fecundación del óvulo por parte del  espermatozoide obteniendo uno o más embriones, es imprescindible que en el ambiente molecular y celular de la decidua materna (revestimiento de la cavidad uterina muy rica en células efectoras, proteínas y sustancias nutrientes dónde se va a implantar el embrión/es) se produzca una respuesta de tolerancia inmunitaria por parte de los diferentes efectores del sistema inmunitario de la gestante, pudiendo garantizar una correcta vascularización (aporte de sangre, oxígeno y nutrientes) y crecimiento del embrión.

Esta interacción inmunitaria específica, precisa y cambiante entre el complejo embrión-placenta y el útero a lo largo de la gestación, no es únicamente local, si no que se extiende a nivel sistémico. Por tanto, el correcto desarrollo del embarazo dependerá en gran parte del estado de salud funcional global y de la correcta interacción de los ejes inmuno-neuro-endocrino-metabólicos de la gestante.