Una mirada de reojo al espejo

En la mayor parte de los trastornos alimentarios, la persona tiene una imagen corporal distorsionada de sí misma. Así, se magnifican aquellos detalles que no le gustan (la barriga, las piernas, las cartucheras…) que acaban por producir pensamientos negativos que hacen referencia a las “imperfecciones”, lo que, sumado a la crítica, y a un exceso de culpabilidad por la incapacidad para cambiarlo, consiguen minar poco a poco la autoimagen de la persona, lo que se traduce en sentimientos de frustración, angustia y desprecio de su propio valor e imagen.

En el momento en el que un profesional se plantea la intervención en un caso de este tipo, debe atender y entender bien la conducta a la que se enfrentará. Si es disruptiva o purgativa, restricciones alimentarias o atracones incontrolados, sin olvidarse del papel cognitivo tras estas conductas, como puede ser la pobre percepción de imagen corporal, un nivel bajo de aceptación, idealización de algo irracional… Si no, correremos el riesgo de únicamente tocar la superficie del problema y chocar contra la base no descubierta del iceberg cognitivo.

Diariamente, en nuestra consulta aprendemos de las experiencias de los pacientes. Por ejemplo, analicemos un caso práctico de una paciente a la que llamaremos Mía y que redacto un escrito como resultado de un ejercicio que le pedimos en consulta.

No hacen falta más palabras. Gracias Mía.

Si deseas más información, consulta con un especialista en Psicología.

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