El rechazo a la morfina

Escrito por:

Dr.Prof. Alfonso Vidal Marcos

Unidad del dolor

Publicado el: 18/09/2020
Editado por: Margarita Marquès


La morfina es uno de los fármacos más utilizados para el tratamiento del dolor. El 15% de la composición de la morfina se extrae del jugo de la amapola, aunque el resto es una mezcla de otros alcaloides relacionados como la noscapina, tebaína, codeína y la papaverina, entre otros.

 

Su uso en clínica comenzó en el siglo XIX, pero hasta el siglo XX no alcanzó su verdadera eficacia.

 

Hoy en día se sigue comparando este fármaco con la potencia de otros analgésicos y medicación de primera elección o de rescate en muchos cuadros dolorosos a causa de su eficacia, tolerabilidad, facilidad de uso, vías de administración y por su escaso coste.

 

Sin embargo, hay una gran parte de los profesionales de la salud y una gran parte de la población que rechaza su uso.

 

La morfina es un excelente aliado contra el dolor,
especialmente en el medio sanitario y hospitalario

 

Causas del rechazo a la morfina

Una de las principales causas de su rechazo es el miedo a la depresión respiratoria, porque la morfina la produce a altas dosis.

 

Otra causa es el miedo a la adicción, porque en el inconsciente colectivo existen las imágenes de los adictos enganchados a las drogas. Si se utiliza de forma continuada, la morfina genera un mecanismo de acostumbramiento que produce inconformismo cuando se cesa su uso. Se trata de un efecto posible, pero para que ocurra debe hacerse un uso habitual, prolongado en el tiempo y descontrolado. Pero eso también ocurre con otros medicamentos, como los esteroides, antidepresivos o antiepilépticos.

 

Existen otras causas, como el miedo a otros efectos secundarios como mareos, naúseas, estreñimiento, que también se relacionan con otras sustancias y hábitos de vida.

 

En cualquier caso, se trata de un excelente aliado contra el dolor, especialmente en el medio sanitario y hospitalario. Por eso, resulta difícil entender su rechazo.

 

El miedo no puede dictar nuestros actos, una adecuada formación sobre sus efectos y defectos dirigida a profesionales y pacientes mejoraría ese miedo y permitiría su uso cuando la indicación lo aconseje a las dosis y por la vía más adecuada.

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