¿Cómo se forman nuestros recuerdos?
Básicamente, todos los recuerdos son lo mismo: una asociación entre neuronas, de tal manera que cuando se activa una se van activando las demás, generando un determinado canon de actividad. Esta actividad neuronal se consolida más por repetición, por ejemplo, cuando estudiamos; o por intensidad, como cuando algo resulta relevante para la persona.
Formación de los recuerdos
La información nos llega por todos los sentidos, condicionados por aquello que hemos aprendido a detectar. Todo pasa antes por la parte emocional (zona subcortical) y luego pasa a la parte de pensar (neocórtex). Después, lo que se quiere que se quede en la memoria a largo plazo se manda al hipocampo, que guarda la información durante 2-3 años y durante este tiempo se vuelven a mandar al neocórtex para que queden bien consolidadas, es esto lo que nos permite volver a acceder al recuerdo.
¿Cómo influyen las vivencias?
Para poder entender cómo se guardan los recuerdos, hay que distinguir entre diferentes tipos de memorias:
- Las memorias implícitas: hablan de sensaciones o de cómo hacer las cosas (conducir).
- Memoria explicita: tiene que ver con la memoria de trabajo y la de largo plazo, es decir, la que usamos de forma más o menos voluntariamente para acceder a datos.
- Memorias episódicas: esta memoria nos permite acceder recuerdos que nos hicieron sentir la vivencia que vivimos, y están inmersas de todo lo personal y único que nos hizo sentir la experiencia y la percepción de estar allí.
- Memoria semántica: es una especie de almacén de cosas que sabemos.
- Memorias de miedo: fundamentales para la supervivencia y que en gran parte se graban en la amígdala.
Sabiendo esto, podrás comprender que la experiencia que estemos viviendo marca con mucha potencia alguno de estos tipos de memoria, marcando la emoción que nos trae el recuerdo y como la almacenamos.
¿Podemos crear recuerdos 'falsos'?
Volvemos al hipocampo, que nos permite el acceso a todo este tipo de memorias de forma episódica, donde tendremos una visión temporal de aquello que vivimos: el antes o después del recuerdo.
Una determinada situación puede activarnos un recuerdo antiguo que no podemos recordar con la parte de pensar, sino con el neocórtex, que lo que hace es “rellenar huecos” para hacerlo coherente, pero en parte se lo inventa. Esto puede pasar con experiencias tanto negativas como positivas.
Es importante que nos demos cuenta qué de una forma u otra, todo se queda grabado en nuestro cuerpo, hasta lo más primitivo, aunque con la parte de pensar no podamos acceder a ello. Por este motivo lo que nos pasa de pequeños es tan importante, porque ahí se queda, en distintas modalidades: imágenes, emociones, sensaciones… Y pueden activarse en el presente sin que sepamos la razón.
Por el contrario, ¿podemos crear recuerdos más felices?
Sin lugar a dudas. Nuestro sistema, de forma defensiva, es capaz de crear un poso de emoción positiva con un periodo vital, aunque realmente ese tiempo no fuera tan feliz ni mucho menos. Es una forma defensiva de desconectar del dolor de tal manera que nos permite seguir adelante y sobrevivir.
Por lo tanto, podemos “teñir” de emoción positiva el recuerdo, y esto lo hacemos con bastante frecuencia, generando una añoranza hacia el pasado. No nos ayudaría demasiado vivir muy consciente de todas esas cargas antiguas, y como nuestro cerebro trabaja para nosotros, nos las aligera.
¿Cómo podemos aliarnos con nuestra memoria para ser más felices?
Le podemos dar energía a la emoción positiva, con lo que en algún momento nos ha hecho sentir bien. Un anclaje es aquel estímulo relacionado con una emoción positiva o que lo ha sido en algún momento de nuestra vida, al activar el anclaje volvemos a traer la emoción.
Podemos volver a buscar esos estímulos cargados con esa emoción positiva y volver a disfrutarlos.