Bullying: ¿cómo podemos detectarlo y afrontarlo?

Escrito por:

Silvia Ruiz Usero

Psicóloga

Publicado el: 31/05/2022
Editado por: Lucía Ramírez


El bullying o acoso escolar es un fenómeno cada vez más problemático en el panorama escolar actual. El mayor foco de atención sobre el tema se debe en parte a su alta prevalencia, pero también a la mayor investigación acerca del suceso y de las graves consecuencias que se desencadenan tanto tras sufrirlo como tras perpetrarlo.

 

La bajada de rendimiento escolar suele ser la consecuencia más frecuente

 

¿Qué es el bullying?

El bullying hace referencia al conjunto de dinámicas de acoso producidas en el entorno escolar. La importancia social y psicológica de este suceso radica en la dificultad que tienen los adultos para la identificación y reconocimiento del problema. Esto es debido a varios factores entre los que destacan:

 

La gran diversidad de conductas de violencia que suelen emitir los acosadores teniendo en cuenta los diferentes medios de los que disponen los niños y adolescentes para ello. El carácter insidioso de las conductas de acoso, sobre todo al comienzo, que no son explícitas y son difíciles de identificar si no se analizan detenidamente El silencio que suelen guardar las víctimas, que se avergüenzan y se culpan de lo sucedido. Y las consecuencias que deja el bullying, que no se hacen notar de manera inmediata, sino que van apareciendo paulatinamente conforme el acoso se hace más constante y el niño o adolescente empieza a no poder manejar sus emociones y pensamientos.

 

¿Cómo pueden detectar los padres que sus hijos lo sufren?

Probablemente la pregunta de cómo detectar si nuestros hijos están sufriendo acoso escolar es una de las dudas que más inflan las preocupaciones de los padres que, hartos de ver casos y casos en los medios, preguntan compulsivamente a los pequeños a ver si sacan alguna pista.


Lo más importante, como siempre lo es al hablar de psicología infantojuvenil, es tener una base sólida de comunicación y un entorno seguro en casa donde los pequeños se sientan cómodos expresándose y hablando de sus emociones. Para conseguirlo es imprescindible animarlos y enseñarles desde muy pequeños a hablar de cómo se sienten y de las experiencias que han vivido, reflejándoles lo que ellos mismos se están tratando de explicar y mostrándoles que no hay ninguna emoción que esté mal sentir.

 

Si este entorno se consigue, será mucho más sencillo que nuestros hijos o hijas nos cuenten alguna anécdota que, aunque no haga referencia directa al acoso (no suelen hacerlo), sea la señal de que algo fuera de lo común está ocurriendo. Si la comunicación no fuese efectiva, atender bien a los cambios fisiológicos y de comportamiento será la mayor fuente de información al principio.

 

La bajada de rendimiento escolar suele ser la consecuencia más frecuente en víctimas de acoso. Puede que el niño o adolescente siga invirtiendo las mismas horas de estudio que antes, pero que “no se le queden las cosas”. Esta falta de recursos atencionales y de memoria es frecuente en procesos depresivos o de ansiedad. Otras veces, la ansiedad que le genera cualquier aspecto relacionado con el colegio puede hacer que eviten el momento de estudiar, lo que muchos padres identifican como una bajada de motivación.

Dicha ansiedad puede convertirse en fobia a ir al colegio, generando ansiedad anticipatoria con respecto a ir a clase o encontrarse con compañeros en zonas comunes. Cuando son más pequeños, dolores de tripa o de cabeza por las mañanas suelen ser muy frecuentes.

 

Por último, el deterioro del autoconcepto y el afrontamiento pasivo de problemas (que normalmente acarrea una actitud mal entendida como “todo le da igual”) suelen ser señales de que algo fuera de lo normal está ocurriendo en el colegio o instituto.

 

¿Cómo podemos afrontar el bullying?

Una vez detectadas las conductas de acoso escolar, es importante que los especialistas en Psicología se pongan manos a la obra para ayudar a solucionar la situación pensando siempre en el largo plazo. Es decir, es muy importante que la situación termine cuanto antes, pero más importante es la forma de hacerlo, porque de esta dependerá que se consoliden o no creencias y comportamientos disfuncionales. Te ofrecemos pequeñas pautas para llevarlo a cabo, aunque, si no nos vemos preparados, siempre es mejor acudir a un profesional.

 

Lo primero, la comunicación: como he indicado anteriormente, generar espacios en los que el niño o niña pueda expresarse sin sentirse juzgado o sin sentir que las emociones de sus figuras de apego sean aún más desbordantes que las suyas propias es clave. Para esto, preguntar con curiosidad y con cuidado, respetando los tiempos y límites del pequeño garantizará que poco a poco se vaya animando a contarnos cosas.

 

Preguntar y contar con su opinión: dentro de esto, es importante además no dar cosas por hecho y preguntarlo todo. Preguntarle qué cosas ha intentado ya y cuáles no, qué cosas cree que funcionarían y cuáles no, qué le parece que el adulto intente una solución u otra, etc.

 

Orientarle en el manejo de emociones: para evitar que la herida emocional del niño se consolide y acabe interfiriendo en el resto de relaciones de su vida, es importante aportarle herramientas de gestión emocional.

 

Una vez hemos conseguido que hable y confíe en nosotros, nombrar las emociones por ellos, indicarles por qué se suelen activar las emociones y explicarles formas de gestionarlas les permitirá procesar los eventos de forma funcional y no arrastrarlos. Ponerles ejemplos de veces que nosotros mismos hemos sentido esas emociones les ayudará a no sentirse solos o “bichos raros”.
 

No animarle al “ojo por ojo”: frases de este tipo, que alientan a la violencia y la venganza, no solucionarán el problema, sino que probablemente lo empeoren. Además, e independientemente de su eficacia para hacer que la situación termine estaremos validando y legitimando el uso de la violencia como método para conseguir objetivos. Así, cuando el niño crezca y pueda mirar atrás con perspectiva para procesar lo que le pasó, verá que él no fue diferente de los acosadores.

 

Alertar al centro educativo: los colegios e institutos están obligados a tener y activar un protocolo anti acoso escolar para estos casos. Hablar con los orientadores y profesores nos ayudará a entender mejor la situación, a colaborar con ellos para que el trabajo con nuestro hijo o hija sea más efectivo y a que nosotros mismos gestionemos nuestras propias emociones y le mostremos al niño o adolescente la sensación de tener las cosas bajo control.

 

¿Qué consecuencias tiene para el niño?

Es importante no olvidar el contexto en el que ocurre todo esto. El momento vital en el que suele ocurrir el acoso escolar es de especial relevancia en cuanto a la generación de creencias y formas de entender el mundo y a ellos mismos.

 

Además, ni quién ejerce el acoso ni quién lo recibe ha desarrollado por completo sus habilidades de gestión emocional y de afrontamiento de problemas. Esto implica que ni acosador, ni víctima, ni observadores tengan una conciencia plena del problema y de las consecuencias que este puede acarrear.

 

Sufrir o perpetrar acoso escolar supone la experimentación de sucesos emocionalmente impactantes a edades muy tempranas. Esto generará las consiguientes creencias acerca de ellos mismos y del mundo y, por lo tanto, una forma de actuar y de relacionarse con los demás automática, limitada y disfuncional.

 

Si el problema no se aborda adecuadamente las consecuencias los acompañarán el resto de adolescencia y etapa adulta. Acudir a un profesional de la salud mental lo más prematuramente posible garantizará la gestión adaptativa del proceso y reducirá las secuelas que deja el mismo.

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