¿Cómo superar el no haber estado al lado de un ser querido durante sus últimos momentos?

Written by: Ernesto Martín Lobo
Published: | Updated: 16/05/2023
Edited by: Albert González

En primer lugar, es importante que la persona en duelo sea capaz de perdonarse por el hecho de no haber estado a su lado. La culpa es un sentimiento habitual que acompaña al proceso del duelo en los estadios-etapas iniciales, del mismo que en la elaboración de este tiende a desaparecer de manera natural. Sin embargo, en este caso es relevante que los dolientes tengan una visión objetiva de aquellos motivos que les impidieron estar con su familiar en los últimos momentos, no dependiendo de ellos mismos el haber podido acompañarle y, por tanto, no quedarse solos en el sentimiento de culpabilidad.

 

Junto a ello, es de suma importancia que todos los familiares que no pudieron despedirse de su familiar puedan hacerlo de una forma simbólica, en la cual puedan expresar todo lo que quisieron y no pudieron, teniendo un tiempo y un lugar propios donde expresar sus emociones. En este sentido, existen diferentes técnicas que permiten realizar una despedida en condiciones de seguridad y estabilidad emocional.

 

Además, es preciso también que la muerte de ese ser querido suponga una unidad a nivel familiar y no un distanciamiento. Para ello, me parece importante que nadie se sienta desplazado por no haber acudido a despedirse.

 

Si no hay ninguna rencilla familiar entre los dolientes, me parece de enorme relevancia que la familia en conjunto pueda dar un homenaje-despedida a su familiar, bien en forma de funeral, reunión familiar, comida en un lugar especial o de la manera que ellos lo consideren oportuno. Incluso si se trata de familias que tienden a pasar tiempo juntas realizar quedadas de forma periódica para recordar a su ser querido con su unidad familiar.

 

Junto a ello, conseguir recordar al difunto como la persona que fue, la influencia que ejerció en nuestras vidas, el legado que nos dejó a cada uno de nosotros, lo que aprendimos de él-ella, lo que echamos de menos. De modo que recordemos a esa persona como un conjunto de forma global y no centrándonos sólo en su muerte. Recomendaría dibujar una línea en la que figurasen todos los eventos importantes que esa persona vivió con nosotros, algo que podremos ver cuando lo deseemos y, por supuesto, añadir acontecimientos.

 

¿Cómo superar los sentimientos de impotencia, rabia e injusticia de la situación?

Lo primero que se debe hacer es no negar ninguno de los sentimientos que aparecen en todo proceso de duelo en las etapas iniciales del mismo, pues la negación de los mismos implica la no elaboración del duelo. Para ello, es muy importante, en primer lugar, ser conscientes de identificar estas emociones y ponerles nombre, algo que aunque parece muy sencillo, en bastantes ocasiones requiere un proceso terapéutico que permita dar salida a estas emociones.

 

La rabia y, sobre todo, la impotencia no son en sí mismos buenos ni malos, son emociones que todos tenemos en cierto grado y que movilizan al ser humano hacia la acción. El problema surge cuando estas dominan el comportamiento, excediendo el control que tenemos sobre las mismas. Por este motivo, es de vital importancia tener manejo de la rabia, así como saber hacia qué y hacia quién se tiene, para posteriormente poder hacer un reprocesamiento adecuado de la misma, permitiendo que esta se libere en condiciones de seguridad, tanto para la persona que la tiene presente como para su entorno.

 

Es importante ser capaz de perdonarse por no haber estado a su lado.

 

El objetivo final de un duelo es seguir viviendo, no sólo en el sentido literal de la palabra, sino también en el sentido amplio de la misma, es decir, seguir creciendo y evolucionando a nivel personal, laboral, emocional, social, familiar, etc. Este proceso conlleva tiempo y un papel activo por parte del doliente.

 

Esta sensación de impotencia e injusticia se nutre de buscar continuamente el por qué y asumir que la situación pudo ser injusta), ya que de no haber existido nunca esta pandemia nuestro difunto aún seguiría entre nosotros.

 

Es importante asumir que no se pudo hacer nada más respecto a su muerte, pero evitar caer en la pasividad respecto a nuestra dolencia por la ausencia de un ser querido. En estos momentos de máximo sufrimiento emocional podemos caer en la trampa de esperar que el tiempo cure las heridas y que las emociones negativas se curen "por sí solas", cosa que rara vez sucede. El duelo tiene unas etapas, pero nosotros tenemos un papel activo en la elaboración del mismo, por lo que no asumir este rol conlleva el riesgo de generar un aumento de la desidia, la apatía y, por consiguiente, la confirmación y validación de dichas emociones negativas de rabia, impotencia, injusticia, etc., de manera desadaptativa. No pudimos hacer nada respecto a su fallecimiento, pero sí tenemos un papel activo para adaptarnos a una nueva vida en la que esa persona ya no está con nosotros, utilizando los recursos sociales, laborales, personales, familiares disponibles.

 

No ver a la persona fallecer, me hace imposible creer que ya no está entre nosotros. ¿Cómo aceptarlo?

En el duelo hay una primera fase de incredulidad o negación ante la muerte que está más atenuada en enfermedades de larga duración, ya que cuando se trata de una larga enfermedad, los familiares, amigos, vecinos, etc., pueden ver como esa persona se va deteriorando física y mentalmente, pero a su vez tienen la posibilidad de ver al fallecido antes de su muerte. En este caso, es posible que esta fase inicial se prolongue durante un mayor tiempo del esperado.

 

Se espera que de una manera no patológica, llegue un momento en que esa aceptación sea inevitable, pues la dinámica personal y familiar va a cambiar: ya no se habla con el hospital para conocer su evolución, se recibe la llamada del fallecimiento, hay que enterrar o incinerar el cadáver, ya no se habla o se visita al fallecido, etc.

 

En estos casos lo mejor es permitir que el duelo no se interrumpa, y la forma más habitual en la que esto ocurre es pensar, sentir y actuar como si esa persona aún estuviese entre nosotros. En este sentido, es vital no evitar conversaciones o recuerdos sobre el difunto, así como hablar de él en pasado, nunca en presente, desde el momento que se tiene constancia de su defunción.

 

Realizar rituales de despedida, como una carta a esa persona, celebración del funeral, acudir al cementerio o los lugares que se compartían son de gran ayuda. También es recomendable hablar sobre ello con personas cercanas que no pudieron participar en su despedida sobre su muerte: cómo y cuándo murió, cómo fue el entierro, quién acudió, su funeral, etc.

 

Asociado a ello, es importante evitar lo que los terapeutas conocemos como momificación, que consiste en mantener las cosas del difunto tal como las dejó durante mucho tiempo y dejar la habitación tal como estaba, mantener su ropa en el armario, no hacer una obra que íbamos a hacer porque así estaba la casa etc., Al no desprenderse de objetos personales el tiempo se para y se niega, de algún modo, el dolor y el vacío que ha dejado esa persona.

 

Por ello, a lo largo del camino del duelo es importante tomar decisiones, a veces muy difíciles, en base a nosotros mismos, no al deseo del fallecido. Esto es así porque el duelo supone un cambio hacia una vida en la que esa persona está presente en nuestra memoria, en lo que aprendimos de él o ella, pero ya no en nuestras decisiones vitales.

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By Ernesto Martín Lobo
Psychology

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